Fueron días duros, había agua por doquier, días del mes de febrero. Pero a pesar de todo notamos algo maravilloso. El agua había vestido al lugar de encuentro de una forma fantasmal. La casa desvergonzada por completo estaba en la cúspide de su ser, había resurgido, nos hablaba en su lenguaje. Los grandes cimientos puntiagudos, que tocan el inframundo, se convirtieron en raíces carnívoras y con su vegetal contextura se meneaba al escuchar los instrumentos que escupían sonidos desde lo profundo de su corazón. Mientras tanto, nosotros en el vórtice, apreciando la metamorfosis cual estudiante de una disciplina proyectual en un museo.
Las fotografías fueron tomadas por Cristian Marin y Mauro Lima.


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